martes, 16 de agosto de 2011

El Contraste

Tendida en la cama, acá mirando hacia el techo telarañoso, pienso que este cuerpo tenso, inerte e insípido ha sido otra víctima de El Contraste. Siempre me propongo a reproducir los episodios del pasado con cautela, sin perder ningún segundo, minuto, u hora de ellos.
Puedo decir que tengo la suerte de poder recordar todo con claridad desde los 4 años; por ejemplo: la primera vez que fui al colegio, mis problemas alimenticios, el pobre ex novio-grunge de mi hermana, las conversaciones adultas entre mi hermana y sus amigas, los amigos desaparecidos, los olores de la cocina italiana, los dulces extintos, los escasos momentos felices de una familia disfuncional, entre otros innombrables.

En esos días, cuando a uno se le mete el espíritu de algún filósofo de la Antigua Grecia, -en mi caso- uno comienza a analizar el pasado y el porqué de las cosas. Estaba en la celebración por la Promoción número 45 de Bachilleres egresados del Instituto Los Próceres; -já, Bachiller. Gran vaina- recuerdo haber pasado frente al Centro Clínico Las Delicias y ver a un hombre hablando por su celular mientras lloraba desconsoladamente; nadie estaba con él, íngrimo en su totalidad. Y ahí estaba yo, viéndolo fijamente, sin poder hacer nada; de fondo se escucha una canción de reggeaton cualquiera, se podía oler el aroma a vodka, todos trancados en el tráfico, gritando, jodiendo, cantando. Somos jóvenes, no nos importa una mierda, somos felices, somos inmortales. En ese mismo instante sentí un golpe fuerte, había chocado con El Contraste. Quedé inmóvil, desconcertada y por un momento sentí que el tiempo se detuvo para mí.

Logramos salir del tráfico, y decidí ignorar lo que acababa de ver, después de todo, por más que quisiera no podía salirme del carro de donde estaba, correr hacia el hombre que lloraba hasta más no poder y decirle que las cosas saldrían bien.

Primero: mi egoísmo pudo más que yo. Además, estaba tan indispuesta, estaba tan en la nada.

Segundo: consideré medio-tabu hacer algo así, y le paré muchas bolas -bolas invisibles, cabe destacar- a lo que la gente podría decir de mi, seguramente pensarían que estaría loca.

Tercero: si lograba ir hasta donde estaba ese hombre, tal vez me patearía el culo cuando le abrazara y le dijera: "Las cosas van a salir bien" porque ciertamente, las cosas no iban a salir del todo bien.

Uno quisiera hacer, pero no hace, uno quisiera cambiar, pero no cambia; es entonces cuando optamos por ser personas centradas, que todo se vaya al carajo y realmente no puedo juzgarlo ya que la vida misma nos ha hecho así, como hojas secas arrastradas por los ríos.

Desde ese día, desde ese recuerdo, mi percepción de El Contraste jamás fue igual. Pude terminar de comprender cuan desprendidas son cada una de nuestras vidas y que muchas veces es inevitable el sentimiento de querer arreglar las cosas, aunque ello te cueste algún que otro trauma emocional.

Mi cuerpo comienza a reaccionar relajadamente, puedo saborearlo, percatar el sabor a cerveza que tanto me repugna. Echo una mirada, me fijo en los moretones y en las marcas que me dejó aquel choque; las tengo bien tatuadas en lo imperceptible ante nuestros ojos: en el alma.


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