sábado, 23 de julio de 2016


A Félix

En esta casa de piedras, cada domingo trato de ponerle orden a mi vida. 
Como es costumbre, siempre suelo comenzar por mis libros: los limpio con un trapito decolorado, los abrazo, los huelo, releo sus páginas y mis dedos se enredan entre ojeada tras ojeada. Para evitarme complicaciones, los ordeno en tres categorías: Leídos, No leídos y Para regalar. 
Por cuestiones de espacio y tendencias obsesivas compulsivas, me es necesario hacerlo de esta manera.

La semana pasada, encontré el ejemplar de Ninfas del Valle de Kahlil Gibran que me regalaste hace siete años. Estaba lleno de anotaciones, y de inmediato supe que eran tuyas porque no soy de escribir sobre los libros (manías mías, tú sabes). Leí todas tus notas, observaba tu letra temblorosa en tinta azul (escrita con un Kilométrico Paper Mate, quizás) y te imaginé escribiendo sobre este librito, en medio del calorón asfixiante típico de la casa de la abuela, mientras las gotas de sudor bajaban a carreras para ver quién llegaba primero hasta tu cuello arrugado. 
Al terminar de leer tus anotaciones, me quedé sonriendo con la misma ternura de cuando en mi infancia te fastidiaba cada vez que pintabas las paredes aguamarinas en el apartamento de Parque Aragua, ¿te acuerdas?
O cuando por las tardes de junio te escuchaba hablar y coincidíamos en lo de estar locos de atar por decir la verdad. 
Entonces, agarré el libro y creé la cuarta categoría de «No regalar». 
Después de todo, fue lo único que le dejaste a esta tonta, quien -inútilmente- cada domingo sigue tratando de ponerle orden a su vida.

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