martes, 26 de julio de 2016


Sentada en posición india, recorto mis muñequitas de papel. Hablo con ellas y les cuento todos mis secretos. Como aquella vez que me comí la gelatina de la nevera cuando todos dormían en casa, y luego me desvelé porque los regaños de mi mamá no dejaban de golpear mi cabeza. "¡Comer chucherías de noche alborotan los parásitos!".
Y ahí mismíto sentía el andar «alborotado» de esos bichitos que estaban a punto de escapar por mi diminuto ombligo.

Aún sentada, juego con ellas. Les pruebo los vestiditos: uno rosa, otro verde. Todos resaltan sus pieles pálidas, bonitas, distintas a la mía, a la de Patricia y a la de las demás niñas del Parque.

Mientras jugamos, ellas me dicen que ser adulto es aburrido. Sólo alcanzo a decirles:
"Sí. Por suerte, siempre puedo recurrir a ustedes para tener nueve años otra vez y ahogarme a carcajas en la madrugada".
Seguidamente, todas reímos.

Tan lindas.
¡Qué sería de la vida sin mis muñequitas de papel!

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