Pintura por Gonzalo Albo Sánchez-Bedoya. |
Cierre
sus ojos e imagine que va sentado sobre uno de los asientos de un transporte
público. El calor del mediodía se hace cada vez más insoportable, la persona
que está sentada a su lado lo oprime más contra la ventanilla del autobús,
usted se está haciendo el dormido para evitar el contacto con los charleros que
suben y bajan cada cinco minutos. Mientras tanto, el ruido estremecedor de la
ciudad se lo está comiendo vivo.
Una
vez imaginado todo esto, ahora puede comprender mi posición.
Allí
estaba yo: agotada de la vida, de esta historia interminable que parece estar
en una repetición constante.
Escucho
a un señor el cual venía a pedir una pequeña colaboración a los queridos
usuarios y usuarias de ésta unidad colectiva. Cuando comenzó a hablar, pensé: “Qué
increíble. Un pobre pidiéndole a otro pobre. Bueno, es mejor que te vea bien
dormida, de este modo, no te colocará el bocadillo e’ plátano en la cara”.
El hombre no me ofreció ningún bocadillo de plátano porque no cargaba ningún producto consigo, a cambio de eso, nos ofreció el drama estelar del venezolano de a pie.
Yo
no veía, no quería hacerlo, sólo escuchaba su historia. Dijo que su hijo de
siete años ingresó al Hospital Central de Maracay debido a que padecía Leucemia,
que no le alcanzaba el sueldo mínimo para comprar todos los medicamentos,
además del alto precio de éstos mismos. Por cada frase que decía, se
disculpaba.
Mea culpa, mea culpa, mea
culpa.
Al
terminar de hablar, pasó por cada uno de los asientos para recibir el dinero.
Abrí mis ojos, saqué un bolívar y se lo di. “Gracias, mi niña. Dios te
bendiga”, me dijo.
Posteriormente, exhalé una bocanada de quejas.
Posteriormente, exhalé una bocanada de quejas.
Así
es la cotidianeidad de éste pedazo de tierra. Donde los hombres no viven, sino
sobreviven.
Este
es El Legado de las malas acciones, de los malos políticos, de los sueños que
quedaron en bocetos. Por
lo tanto, lo invito a sentarse conmigo a contemplar cómo se despellejan unos a
otros, mientras nos tomamos el guayoyo más amargo del Mundo.
1 comentario:
Muy buena crónica, nos lleva a lo inevitable "hacer catarsis contigo"
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